En el marco de la situación excepcional provocada por la expansión de la pandemia del coronavirus, que asola en todo el mundo, se prolongan los días de distanciamiento social en nuestra región y con ello, la suspensión indefinida de los ciclos escolares presenciales en cada país.
Ante las variadas y disímiles respuestas de los gobiernos, rápidas y eficaces como en el caso de Argentina, o anarquizadas como en el Brasil de Bolsonaro, la docencia latinoamericana, ratificó su compromiso inclaudicable a seguir garantizando el derecho social a la educación.
Pero ese acompañamiento, en circunstancias impensadas y totalmente novedosas, se da en un marco de tensión entre el acercamiento pedagógico necesario y las condiciones de trabajo que hoy existen para poder hacerlo, producto de lo cual comienzan a expresarse algunas coincidencias y consensos por un lado, y nuevos interrogantes y cuestionamientos por el otro.
Un acuerdo social, hoy más notorio que nunca en la región, es que la Escuela Pública, como institución que garantiza el derecho a la Educación, y sus docentes son irremplazables.
Pero también hay interrogantes: ¿es necesario dar la misma cantidad de contenidos que se daban antes de la pandemia? ¿Qué contenidos dar en esta nueva etapa? En aquellas zonas donde nuestros estudiantes no tienen las condiciones sociales y económicas que permitan comunicarse virtualmente, ¿Cómo hacer para no profundizar la desigualdad con los otros estudiantes que si la tienen? ¿Habrá que evaluar? ¿Qué evaluar? ¿Cómo evaluar? Si se extiende en el tiempo el aislamiento, ¿cuáles serán las condiciones y los recursos en ese incierto futuro?, etc., etc.
En tiempos excepcionales como el que estamos viviendo resultan muy valiosos los aportes que la docencia está haciendo en el campo educativo con el teletrabajo y el uso de los recursos digitales. Ahora bien, ese teletrabajo no debe reducirse a una tarea mecánica instrumentada para reproducir, con otra modalidad, un listado de contenidos y temas que estaban planificados para ser desarrollados en condiciones de una supuesta normalidad anterior, que en muchos casos ya era rechazada por la docencia.
Por el contrario, esta circunstancial manera de trabajar desde la casa tendría que convertirse en una gran posibilidad para tomar aún más conciencia sobre la importancia de contar siempre con las condiciones materiales y simbólicas suficientes en cada situación de contexto, como así también, transformarse en una oportunidad para repensar los procesos de enseñanza y de aprendizaje tal como se venían haciendo.
La situación de contexto que hoy tenemos produjo, entre otras cosas, la drástica transformación de la jornada educativa y laboral debido a la suspensión de las clases presenciales y a las restricciones propias de la cuarentena sanitaria vigente. Y el paso vertiginoso al modo virtual para el acompañamiento pedagógico, sumado a las situaciones generales de angustia y preocupación por la pandemia, están generando episodios de estrés que aquejan tanto a lxs docentes y directivxs, como a estudiantes y familias.
Se ha hecho más evidente que producir contenidos virtuales requiere mayor cantidad de tiempo y creatividad que el que habitualmente se dedica para la preparación de las clases presenciales. Como así también la necesidad de disponer como mínimo de una computadora y una adecuada conexión; también exige de estudiantes con dispositivos que tengan conectividad, algo que está lejos de ocurrir en toda América Latina. En muchos casos, faltan espacios y tiempos propios para poder trabajar de manera concentrada en los hogares. Ni hablar de los problemas de salud ocasionados por la sobreexposición a las pantallas que ya venía padeciendo toda la sociedad, y que ahora se agudiza. A su vez, se observa que se ha desorganizado considerablemente el horario habitual que está regulado y establecido por los estatutos docentes, y se ha pasado a una tácita dedicación full time debido a las distintas disponibilidades de tiempo que tienen los sujetos en las actuales condiciones: consultas de estudiantes y padres a toda hora, múltiples directivas y proliferación de mensajes y requerimientos por diferentes medios.
También hay que remarcar que hoy muchos directivos, junto a asistentes escolares y miles de docentes concurren a las escuelas para atender los comedores y/o planificar la distribución de bolsones alimentarios. Además de lo que implica interactuar con múltiples grupos de estudiantes, diversas comunidades educativas y distintas autoridades.
Todo esto, en un contexto de arrastre en el que durante los últimos años, la mayoría de los países tuvieron gobiernos de signo neoliberal que redujeron drásticamente el presupuesto en educación, desinvirtieron en formación docente, construcción y refacción de edificios escolares, como así también ajustaron, entre otros rubros, en innovación y desarrollo tecnológico, tan importante para este momento.
Los medios tecnológicos resultan valorables si se los entiende como herramientas para el acceso a la información y la producción de ciertos tipos de conocimientos. Pero de ninguna manera pueden reemplazar el papel de la escuela y del Estado, más allá de reconocer la necesidad de repensar los procesos de enseñanza y de aprendizaje en el presente y el porvenir.
Desde hace mucho tiempo la Educación Pública está en disputa, entre la mayorías populares que la reconocemos como derecho social fundamental y las minorías, pero poderosas empresas, que la quieren para el lado de la privatización y la mercantilización; entre los que pensamos a la educación, como un acto de amor, y por tanto, un acto de valor, como decía Paulo Freire, o los que la piensan como un instrumento más para la segmentación social que profundiza las desigualdades sociales existentes en toda nuestra América Latina.
Ese seguirá siendo el desafío cuando la pandemia retroceda, pero seguirá en nuestras manos seguir construyendo una Educación Pública de calidad para todos y todas, una Escuela que resiste, enseña y sueña hoy y mañana.