Nota de Sonia Alesso en respuesta a otra de la nación llamada «la escuela debe hablar claro!»

«LA ESCUELA PÚBLICA ENSEÑA, RESISTE Y SUEÑA»

El pasado 31 de julio, en el diario La Nación, apareció publicada una breve nota que vuelve a atacar a la escuela y pone en tela juicio la educación y el trabajo docente.

Dicho escrito, que para muchos pudo haber pasado desapercibido, merece –creo- ser retomado y analizado por quienes trabajamos en las aulas y defendemos la educación pública y, también, por quienes vemos con preocupación el surgimiento de un “nuevo” contexto sociopolítico en el cual se vuelven a escuchar términos, proferidos por ciertos medios televisivos y la prensa gráfica hegemónica, como “terrorismo” o “subversivos” para referirse a la protesta social o justificar la desaparición forzada de personas.

Sin dudas, el caso Santiago Maldonado da cuenta de ello. Es en el mismo diario La Nación que, al referirse a la desaparición de este joven, se reflota un diccionario que muchos creíamos superado y que nos recuerda que, lamentablemente, sí se puede cambiar futuro por pasado.

“La escuela debe hablar claro”, tal es el título de la “inocua” nota cuyo autor es Luciano Román, Director de Periodismo de la Universidad Católica de La Plata. Y justamente porque su autor se presenta allí como un sujeto que ocupa una posición en el campo educativo, resulta, por lo menos, preocupante. Que alguien como él, que trabaja con el lenguaje, promueva “poner en valor la buena comunicación” y promulgue la necesidad de una de una “comunicación honesta” mediante el uso de “palabras claras e inequívocas” resulta francamente alarmante. Que el director de una carrera universitaria como Periodismo desconozca la opacidad del lenguaje y la polisemia de las palabras y descalifique el uso de ciertos términos tildándolos de “eufemismos” o “neologismos de significado difuso” es francamente inquietante.

Asimismo, es irritante que responsabilice de tal amenazante anomia en el campo educativo a padres, chicos y maestros, que según los propios dichos del catedrático promueven una “cultura escolar en la que las reglas son reemplazadas por supuestos acuerdos”, y que esto no hace más que sembrar “confusión, más violencia, más tensión en las escuelas”.

Cualquiera que trabaje con la palabra -y especialmente las y los docentes lo hacemos- sabemos que el lenguaje objetiva la realidad, la conceptualiza, y por ende, la construye.

Parafraseando a Peter Berger y a Thomas Luckmann (1), el lenguaje nos proporciona continuamente las objetivaciones indispensables y dispone el orden dentro del cual éstas adquieren sentido y dentro del cual la vida cotidiana tiene significado para nosotros. “De esta manera el lenguaje marca las coordenadas de mi vida en la sociedad y llena esa vida de objetos significativos”, dicen estos autores.

¿Por qué Román prefiere que hablemos en las aulas de “reglamento de disciplina” y no de “acuerdos de convivencia”? ¿Por qué le molesta que a la “ortografía” las nuevas pedagogías –así las denomina con cierto tono socarrón- la llamen “responsabilidades en el lenguaje”? ¿Por qué el director se refiere despectivamente al WhatsApp como “esa especie de asamblea permanente (…) emparentada con el activismo de sofá que se practica en las redes”? Éstas son algunas de las preguntas que, sin dudas, deberíamos formularnos ante este tipo de notas que parecen inofensivas pero que siguen sumando sospechas sobre el sistema educativo y sobre algunos sujetos que intervienen en él. No los que “fijan” las políticas educativas, por supuesto, sino quienes las debemos acatar sin chistar ni resistir con nuestra lucha organizada. Notas que no esgrimen explicaciones legitimadas por pedagogas y pedagogos de reconocida trayectoria, sino que sólo se sustentan con razonamientos inconsistentes e ilegítimos, como los tristemente famosos resultados de la pruebas PISA o tautologías como “Las reglas son las reglas”, que remiten a otra que se escucha por estos días y que asevera que “Se hace lo que hay que hacer”…

Este tipo de notas deberían interpelarnos como ciudadanas y ciudadanos; deberían reclamar de la docencia y de la sociedad toda, a la hora de pensar al otro y lo diverso, un posicionamiento político que nos empodere y genere, así, prácticas de inclusión que beneficien a los grupos sociales menos favorecidos y contribuyan, por fin, con la lucha por una educación pública de calidad, popular, gratuita, justa y democrática para todas y todos.

Sin dudas, necesitamos poner en tensión esta versión acotada de la escuela que nos propone Román, construida desde una perspectiva hegemónica, para poder habilitar otras posibles, que dialoguen con categorías como pluralismo, diversidad, respeto, identidad, igualdad, justicia, solidaridad y emancipación.

(1) Berger, P. y Luckmann, T. La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 2008.

Sonia Alesso, Secretaria General

AMSAFE-CTERA