Dolor, tristeza y un poco también de rabia, sentimos hoy cuando nos enteramos por medio de voces amigas, del fallecimiento de ese enorme compañero revolucionario que es Alfredo Ferraresi.
Don Alfredo para casi todos los que, jóvenes, casi niños, comenzamos a andar los prolongados caminos de la militancia popular, allá por los años 60 y 70. Y en ese rincón entrañable, que aún perdura, el Sindicato de Farmacia, empezamos a toparnos con hombres y mujeres que forjaban la Resistencia peronista al gorilaje fusilador y a sus cómplices «demócratas» de la politiquería.
Jorge Di Pasquale, Pepe Azcurra, Alfredo Ferraresi, Horacio Mujica, y tantos otros y otras que nos abrieron la puerta del Sindicato para que de a poquito nos vayamos sumando a la lucha «por el regreso de Perón y el Pueblo al poder», como anunciaban las consignas de aquellos tiempos.
Alfredo Ferraresi ya se caracterizaba por su carácter tranquilo pero firme ante cualquier injusticia. Heredero, como Di Pasquale y el resto de compañeros de Farmacia, de una historia increíble de compromiso militante, de internacionalismo solidario, que hizo que el gremio fuera en los años calientes de la lucha antifranquista, un bastión de apoyo a los luchadores republicanos, enviando medicamentos y hasta brigadistas.
Luego vino el peronismo, y como nos contaba Don Alfredo en una entrevista que le hicimos hace un par de años, él se dio cuenta que allí nacía un nuevo camino de restauración revolucionaria que por sobre todas las cosas incluía como protagonista a la clase trabajadora. Así fue que desde su empleo en una farmacia de barrio, comenzó a darse cuenta que la adhesión a ese Movimiento aun incipiente, no era sólo cuestión de palabras sino que había que poner el cuerpo, y vaya si lo puso en todos estos años de lucha incansable.
Don Alfredo era un soldado disciplinado de la Resistencia, un peronista de los de abajo, sin dobleces ni especulaciones. De aquellos a lo que Evita consideraba como imprescindibles. Sindicalista antiburocrático hasta la médula, siempre prefirió -junto con Raimundo Ongaro y la CGT de los Argentinos- «honra sin sindicatos, que sindicatos sin honra».
Ferraresi acompañó el júbilo popular del 11 de marzo de 1973 y esos primeros meses del gobierno del Tío Cámpora, y no dudó en enfrentar la derechización del peronismo, cuando una banda facciosa en la que se alineaban Isabel Martínez, José López Rega y otros de su calaña, se hicieron con el gobierno. Esas definiciones y otras muchas lo fueron convirtiendo a Don Alfredo en un grande del campo popular y una figura de consulta para quienes dudaban del camino a seguir en tales difíciles circunstancias.
Como era previsible, un buen día, en marzo de 1976, el cielo se nubló definitivamente y los milicos caminaron a destajo por las calles del país, generando terror y muerte. Pero incluso en esas circunstancias límites, Farmarcia nunca dejó de ser el lugar donde, sin ningún tipo de sectarismos, el peronismo y la izquierda revolucionaria encontraron su refugio y su cobijo. Luego sobrevino el secuestro y asesinato de Jorge Di Pasquale, creando un momento que fue de inflexión y que asestó un golpe tremendo al corazón de hombres como Ferraresi, quien sin embargo, tragó saliva, apretó los dientes y siguió luchando como siempre.
Jamás abandonó la actividad sindical ni su puesto de mando en lo que ahora es la Asociación de Empleados de Farmacia, Nunca dejó de recibir a quienes lo necesitaban, tanto para hablar «qué se puede hacer» por los compañeros presos (a lo largo de todos estos años) o de homenajear la memoria de los 30 mil desaparecidos y los mártires de la Resistencia Peronista. Ese era su puesto de lucha y su forma de rendir honores a quienes lo tuvieron como un hermano de tantas batallas. A Cacho El Kadri, a Gustavo Rearte, a Susana Valle, al Mayor Bernardo Alberte, y tantos otros luchadores y luchadoras.
Ahora, Don Alfredo, decidió irse a seguir la batalla en otras latitudes. Lo vamos a extrañar, seguro, porque el hueco que nos deja es descomunal, pero preferimos no llorarlo, sino decirle que todo lo que sembró a lo largo de estas ocho décadas, seguirá dando frutos, porque la muerte no logra acallar los ejemplos que él nos ha dado. Tanto en la lucha por la Revolución en Argentina, como el palpitar estas experiencias de rebeldía latinoamericana que en los últimos años lo llenaron de orgullo.