FE DE ERRATAS: Por un problema técnico, volvemos a compartir la nota escrita por el compañero Néstor Rebecchi, en respuesta a la película «La educación prohibida», que fuera subida originalmente el 24 de agosto pero que estaba incompleta. Pedimos disculpas al autor de la misma y a los lectores, y aprovechamos la ocasión para solicitar la difusión de esta versión que es la completa.
La Educación Prohibida y los niños ricos que tienen tristeza
Al terminar de ver el film «La Educación Prohibida» me surgió un interrogante que yo mismo debía responder: ¿por qué una película con la que comparto varios de los enunciados que en ella se manifiestan, me produjo un particular rechazo?
Aceptar los enunciados no implica la aceptación del enunciante, me dije. Y si los enunciados son del tipo “estamos a favor de una escuela democrática”, “se debe terminar con el autoritarismo”, “los alumnos merecen respeto”, “es necesario generar espacios para la creatividad”, “la docencia es un acto de amor” (*), difícilmente puedan ser rechazados. Y en otro orden, que se sostenga la necesidad de generar espacios para el trabajo colectivo, que se cuestione la gradualidad, que se busque atender los tiempos de aprendizaje de cada alumno, que se instale el eje caducidad-significatividad de los conocimientos, que se tome posición en contra de la fragmentación de los mismos, me parece de importancia y para tener en cuenta en el debate que nos debemos dar para el mejoramiento de las escuelas públicas.
Llegué a la conclusión entonces, que lo que molestó de la película es “lo que hay por debajo”.
Mi primera observación, seguramente condicionada con mi práctica docente en contextos vulnerados por más de veinte años, es que en el film no aparecen los pobres. Parafraseando a Menem, quien en un viejo spot publicitario sostuvo que gobernaría “para los niños ricos que tienen tristeza”, sostengo que este es un film centrado “en los chicos clase media que son infelices”. Uno que viene trabajando con jóvenes con adicciones, judicializados, como así mismo con alumnas madres, alumnos que además trabajan, se propone, entre otros objetivos, que los mismos SE HAGAN VISIBLES. Esta invisibilidad de “los nadies”, como diría Eduardo Galeano, nos impide en el film, poder escuchar su palabra y ampliar el debate democrático a cerca de la importancia de la escuela en sí. Y recordé un escrito de Rodolfo Kusch, donde establece una diferencia entre el saber lúcido y el saber tenebroso. Si dos más dos son cuatro para el saber lúcido, sostiene Kusch, no lo es para el saber tenebroso, vinculado con la totalidad de la vida; pues no es lo mismo cuatro chocolatines para niño hambriento, que para un niño satisfecho. Y con la valoración de la institución escuela, sucede algo parecido.
En segundo lugar observé especialistas (que en el film abundan) y docentes demasiados cómodos, en lugares bellos o embellecidos por el director. Uno que supo embarrarse para buscar alumnos que faltaban a la escuela, o mojarse para acompañar a padres que perdieron fatalmente a sus hijos, o simplemente remontar el peso de la diaria, puede sostener que la docencia no es cómoda, entendida dentro de los parámetros pequeñoburgueses. Lo que no implica ni resignación, ni claudicación, en la disputa por las mejoras de las condiciones laborales.
También observé el retorno a la concepción, que en algún momento se la consideró perimida, de LA FAMILIA TIPO. Creo que habrá coincidencia plena, en que si un niño o joven cuenta con una familia que lo cuide, lo acompañe, lo ame, está en mejores condiciones que aquel que no la tiene. Pero los niños y jóvenes que no tienen familia tienen el mismo derecho social a la educación. Y un niño o joven puede no tener familia, pero siempre tiene una comunidad. Se es pobre, huérfano, chico de la calle, en una comunidad. Y es esa comunidad conjuntamente con el Estado la que debe encargarse de ellos. En tal sentido, la escuela como institución comunitaria, no puede desentenderse.
Así mismo, en el film se relaciona la felicidad con la satisfacción de los deseos individuales. Lo que implica toda una concepción del otro. Sin entrar en disquisiciones filosóficas, no sólo considero que podemos ser felices con los otros, sino, que no podríamos ser felices sin los otros. Por lo que se hace necesario educar para el compromiso social. De lo contrario, estamos cimentando la construcción de una sociedad individualista.
En otro orden, podemos aceptar que en algunas escuelas públicas predominen prácticas reproductoras. Pero generalizar que todas las escuelas son reproductoras es un despropósito. En las escuelas o dentro de una misma escuela, coexisten prácticas reproductoras conscientes o inconscientes, con prácticas liberadoras, críticas. Esta tensión que puede verse como perturbadora, es enriquecedora. Los objetivos democráticos, populares y liberadores, se construyen dentro de ese marco. Así mismo podemos afirmar que existen escuelas públicas que más allá de innovar en cuanto a los formatos, han sabido construir culturas institucionales basadas en la consideración del alumno como sujeto de derecho, la relación con la comunidad, la democratización de las decisiones y la resolución de los conflictos, el respeto, la ética, la aceptación de la cultura juvenil desde la consideración de la escuela como espacio de resignificación cultural, el pensamiento, la escucha, etc. Es decir lo innovador, no es patrimonio exclusivo de lo privado como sucede en la película, sino que se da también en lo público.
Por último el sustrato político del film. Es de temer. Si estas experiencias educativas consideradas exitosas se dan en el ámbito de lo privado, puede leerse que podemos prescindir de lo público. La invisibilidad del efecto desbastador del neoliberalismo para los pueblos, generador de algunos fenómenos antes mencionados (pobreza, desestructuración familiar, individualismo, degradación de lo público), hace que esta película en primera instancia, sea su aliada por omisión, más allá de Ivan Illich y su Sociedad Desescolarizada por la que trasunta uno de los entrevistados. Si el origen de la educación como su evolución responde a distintos momentos históricos, nuestro presente está ligado a la presencia del Estado como restaurador de derechos. Y son los pobres, y no los ricos, los que necesitan del Estado. Necesitamos más maestros como aquel apasionado Sr. Bernard, que al pequeño indigente Albert Camus, le hizo sentir que era digno de descubrir el mundo, y no un laissez faire educativo que profundice las diferencias, porque el mundo de los hombres no se rige por sí mismo.
Néstor R. Rebecchi
Integrante del Equipo IIPMV CTERA
(*)(Considero necesario aclarar que en mi caso adhiero a lo que Freire llamó amor revolucionario. Freire sostuvo que la docencia en tanto acto de amor es un acto de valor. Lo que podría sintetizarse desde una posición extrema, en pares opuestos: se ama o se odia, se incluye o se excluye, se libera o se oprime, se dignifica o se humilla…)